El espectador


En los documentales de fauna salvaje
hay un espectador
que siempre se pone a favor del ciervo:
se le reconoce
por su cuerpo ligeramente inclinado hacia atrás
y la manera de rodear las palomitas
como si abrazara a un niño sin años.

Otro espectador, en cambio,
quiere que gane el león:
se le distingue
porque mira a la pantalla
con el cuerpo combado hacia adelante,
y jalea tanto a su fiera
que a veces él mismo parece el león.

Hay un tercer espectador,
sin embargo,
que no se pone a favor de nadie
y contempla lejano las imágenes.
Alternativamente mira al león y al ciervo,
a la pantalla y a los espectadores,
y piensa
que el ciervo será cazado por el león,
que a su vez será cazado por el visor de un cámara,
que a su vez será cazado por el dinero de la BBC,
que a su vez será cazada por los espectadores,
que a su vez volverán a ser cazados
cuando aparezca otro ciervo
y comience el mismo círculo.

Con triste orgullo
celebra su agudeza
y el triunfo de ser el único
que no se dejó cazar.
Pero al llegar a la cama
y quitarse las gafas,
vuelve a sentir el mismo
vacío:
tantos libros, tantas lecturas,
lo han arrasado de inteligencia.
Por qué,
se pregunta
mientras apaga la luz,
por qué ya no puedo ser
ciervo, 
león,
cámara
o espectador.

Aún


Aún comen duro y beben rubio aún
pagan el billete riente de metro aún
la besan sin nubes en la parada aún
duermen de noche bajo techo aún
ponen la estufa a toda turbina aún
acuden al médico de cabecera aún
pasean mirando los mirlos aún
esperan alegres las fiestas aún
no conocen las comisarías aún
cuentan su historia sin importancia.

Los madrileños. La mayoría
de los madrileños.


Aún.


Alberto Basterrechea ha muerto


El deceso ha sorprendido a todos.
Unos dicen que fue la rabia,
otros que la Belleza lo mató
con un certero ramo de adelfas.
(Pues él confundía la Belleza
con la Verdad, él confundía
la Belleza con la Justicia, él
confundía, confundiendo, confundido).

En su habitación se halló un manual
para fabricar bombas de alegría.
Y en la mesa un pequeño diccionario
con todas las palabras tachadas
salvo la palabra “más”.

En el funeral por su memoria,
su madre reunía lágrimas de cartón
para su mar de azul y juguete:
“Era muy bueno, 
hasta le gustaban los limones,
pero un día empezó a leer libros...”

Comenzó cultivando los metros clásicos,
pero un sábado de tormenta,
cuando vio un alazán al galope,
arrojó su cuaderno y dijo:
“Mi ritmo será el ritmo del caballo”.
(Fue su último endecasílabo).

En los últimos tiempos
fue presa fácil de la vanidad.
Enamorado de sí mismo,
se subía a las mesas y gritaba:
“Voy a fundar el error más grande,
de las prímulas Iratxe la más alta”.
(Pues creía que las pasiones se inventan,
que la vocación se puede empezar
como se empieza un vino o un amor).

Se reía de los poetas
que no deseaban llegar a Lucrecio:
para él, aprender a soñar
era el verso más importante.
Así se hizo muchos enemigos,
pero siempre le parecían pocos.

Demasiado ignorante para sabio,
demasiado sabio para poeta,
su vida transcurrió en busca de un motivo
(por todas partes buscaba a Faetonte,
la Antigua Persia de Espartaco,
la Nueva Francia de Nabuco).

Escribió contra Dios.
Contra la familia.
Contra la patria una.
Contra la patria otra.
Contra las patrias.
Contra El Corte Inglés.
Contra Carrefour.
Contra el BBVA.
Contra Caja Madrid.
Contra la editorial Planeta.
Contra Mariano Zapatero.
Contra Rodríguez Rajoy.
A la salida del sepelio,
un conocido declaró:
“Se ha muerto en el momento justo:
se le habían acabado los contra quién”.

Descanse en paz este hombre.
Ya no tenía nada que decir.
Su vida fue un meteoro de sombras
y su letra una ortiga sonriente.
Llegó, vio y perdió. Y aún se cuenta
que en sus últimos momentos
balbuceaba una extraña palabra,
Cabania o Tabania o algo así, quizá
Batania.